Cuaderno de bitácora de un viajero a lo pasado de la ciudad que le vio nacer. Pequeñas cápsulas del tiempo, pequeñas curiosidades que voy descubriendo en el papel de los libros y periódicos de aquellos que fueron testigos de otro tiempo, y que con estos artículos vuelven a la luz. Quedan invitados a acompañarme en este viaje.

martes, 21 de febrero de 2012

Las cenizas de Arco-Agüero. 1821-1835

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Así titulaba un artículo el 17 de marzo de 1836 El Jorobado, publicación satírica madrileña de corte conservador, en el que satiriza las vicisitudes de los restos del famoso Felipe de Arco-Agüero, uno de los cuatro héroes de la anterior época constitucional, que murió en Badajoz en 1821 al caerse de su caballo practicando la persecución de una liebre.
 
Antes de ver como se turbó el sepulcro y la paz de aquel malogrado joven, describamos brevemente la importancia de la figura de Arco-Agüero y como murió el por entonces capitán general de Extremadura.
 
De su trayectoria militar y vicisitudes en la Guerra de la Independencia ya dio cuenta nuestro amigo Álvaro Meléndez en su blog Extremadura Militar. Carrera que se vio interrumpida por culpa de participar en la intentona de julio de 1819 de restablecer la Constitución de 1812, siendo llevado preso al castillo de San Sebastián, de donde pudo escaparse en 1820 y llegar a Cádiz, dónde como Jefe de estado mayor se sumó al pronunciamiento de Riego. El 1 de enero de 1820 tuvo lugar el citado pronunciamiento militar del teniente coronel Rafael de Riego, proclamando inmediatamente la restauración de la Constitución de Cádiz de 1812 y el restablecimiento de las autoridades constitucionales. El pequeño apoyo al golpe militar fue aumentando con el tiempo y prolongó el levantamiento hasta el 9 de marzo en que se produce la jura de Fernando VII y restablecimiento de la Pepa. Arco Agüero fue ascendido a mariscal de campo. Volvió a San Fernando hasta que se disolvió su ejército, siendo nombrado entonces gobernador de Sanlúcar de Barrameda, después gobernador de Tuy y finalmente capitán general de la provincia de Extremadura.
 
A las 4 de la tarde del 11 de febrero de 1821 llegó a Badajoz Arco Agüero en su viaje a Tuy, entrando por el patio de Puerta de las Palmas. Un cañonazo anunció a la ciudad su llegada, echándose al vuelo las campanas. Se subió a una carroza donde una niña le ciñó una corona de laurel. Las calles estaban adornadas vistosamente con colgaduras. Por la noche la milicia nacional acompañó al general al teatro con cirios encendidos, habiendo una vistosa iluminación…
 
Poco después, en mayo, regresó a Badajoz como capitán general. Nada hacía pensar que esta ciudad, donde muchos hombres de armas dejaron su vida en tiempos de guerra, vería morir a su nuevo general en tiempo de paz.
 
El día 13 de septiembre de 1821, a las cinco de la mañana, salió a caballo el general Felipe de Arco Agüero para correr alguna liebre, acompañándole el canónigo Juan Mª Caldera, el oficial de estado mayor de la Isla, Manuel Bustillos, el ayudante de campo del general, Pedro Cruz y el general Gregorio Piquero. Hallándose como a un cuarto de legua del cortijo de Santa Engracia, sobre las 7 de la mañana, salió una liebre, que el general empezó a seguir con su caballo, y a pocos pasos, en un quiebro para tomar una vereda por donde la liebre intentaba huir, cayó de cabeza por el lado derecho. Caldera y Cruz se bajaron rápidamente de sus caballos para socorrerle, al que hallaron sin sentido y sangrando por la nariz. Bustillos corrió rápidamente a Badajoz para traer a algún médico, llevando los otros tres a hombros al general hasta el cortijo de Santa Engracia, dejándolo en una cama, donde se le aplicaron los primeros auxilios hasta la llegada a la media hora de los facultativos, que tras intentar todo lo posible, sólo pudieron disponer que se le administrase la Extremaunción.
 
Entretanto, en Badajoz, en donde se presentó el caballo del general tras atravesar el Guadiana a nado, la noticia de la desgracia pronto se expandió, y en un momento se llenó el camino de Santa Engracia de gente que iban presurosos a ver al general: todos los jefes de la guarnición, comisionados de la diputación provincial, un piquete de voluntarios nacionales de infantería, una partida de coraceros y otra de voluntarios de caballería etc…
 
A las cinco de la tarde, hora de concurrir a la tertulia patriótica, y apenas se habían reunido un considerable número de ciudadanos, llegó la infausta y temida noticia de haber espirado en aquella hora el general Arco Agüero. Se trajo a hombros el cadáver, custodiado por las milicias voluntarias. Llegó éste a la cabeza de puente, donde le esperaban con hachas de cera la diputación provincial, el ayuntamiento, oficiales, y más de quinientos quintos con hachas de viento, con un gentío inmenso que ocupaba el puente, coronaba por aquel lado la muralla, y llenaba las calles de la carrera.
 
Tres días de luto se aprobaron, como también la suscripción para erigir en la plaza de la Constitución un monumento que perpetuase su memoria, enterrándose al día siguiente a las 4 de la tarde. El monumento no se llegó a erigir, pero sí un suntuoso sepulcro en el cementerio del castillo. En la sesión municipal del 17 de septiembre se le puso el nombre de Arco Agüero a la que por entonces se llamaba calle de las Ollerías (Entre 1938 y 1984 fue llamada Primo de Rivera).
 
Volviendo al artículo de El Jorobado, éste relata que “el muerto fue enterrado según antigua y rancia costumbre, y el lugar de su sepultura fue desde luego objeto de las visitas de los calenturientos partidarios del sistema. Asomaron por los Pirineos los hijos de san Luis, dieron un paseíto hasta Cádiz, sin que los quinientos mil hijos de Padilla (numerosa y masculina sucesión, que decía don Hermógenes) diesen cuenta de su persona, y los que se yo que tantos hijos también de la Viuda, ni mas ni menos. Ello es que hubo cambio de decoración, y con unas cuantas tropelías, asesinatos, dilapidaciones, anulaciones, quitar bienes al que los había comprado con su dinero, purificar é impurificar ad limitum &c. &c. la cosa iba adelante; y á todas estas los amiguitos de Badajoz yendo y viniendo á visitar el sepulcro de Arco-Agüero.”
 
La población de Badajoz, al igual que en otras capitales, estaba dividida en dos bandos: el de los Realistas o Serviles y el de los Liberales.
 
El 7 de abril de 1823 entran en España los Cien Mil Hijos de San Luis, ejército francés comandado por Luis Antonio de Borbón, duque de Angulema para someter a la España liberal por orden de la Santa Alianza, para parar el desarrollo del liberalismo en España y evitar así la necesidad de tener que seguir gobernando Fernando VII sometido a la Constitución.
 
Comienza entonces la represión a los liberales por parte de los realistas. “Atufáronse con esto los señores realistas, y haciendo extensiva al muerto la prohibición de tener en su casa reuniones, un día se remangan, abren la sepultura, echan los huesos en el osario general, y con el ataúd y los banderines de los nacionales hacen un auto de fe, es decir que los quemaron.” “Esto era por los años de gracia de 1825. Semejante escándalo no pudo menos de llamar la atención de un capitán general que de allí á algún tiempo fue nombrado, y obligarle á formar causa; pero la causa se cortó”.
 
El 24 de octubre de 1823 regresaron los milicianos que a orillas del Tajo que habían luchado el 30 de septiembre con tropas francesas y realistas. Esa noche se quitó la lápida de la Constitución tras huir sus defensores, reconociendo las autoridades al gobierno absolutista. Los soldados de Angulema penetraron en Badajoz el 3 de noviembre.
 
Quedaron como reducto en la Sociedad Patriótica, sita en el convento de San Francisco, los seguidores del sistema liberal. Cuando se producían asonadas, partiendo de la Sociedad Patriótica, acompañadas de música, se terminaba ante la lápida de la plaza de la Constitución o ante el sepulcro de Arco-Agüero.
 
El 18 de julio de 1825, el capellán de coro D. José López, acompañado de otros realistas exhumaron el cadáver del general y no pudiendo conseguir que fueran sus restos quemados o precipitados al río Guadiana, los arrojaron a un pozo. Destruyeron el sepulcro, repartiéndose las piedras que lo componían, cogiendo también una o dos tumbagas con que había sido enterrado, que igualmente se repartieron.
 
En 1834 regresó el liberalismo al poder, triunfando un año más tarde el liberalismo radical. Se trató de reivindicar la memoria del general, acordándose reunir los restos que habían sido echados en una cisterna que había en el cementerio, depositando dichos restos en una caja digna, realizando unos pomposos funerales el 4 de octubre de 1835, depositando el día antes la caja en la ermita de San José, con una compañía y bandera del cuerpo de Guardias nacionales, formando la carrera por donde había de pasar la procesión fúnebre, que salió de la referida ermita en dirección a la catedral. “Volviéronse las tornas, y la gente de Badajoz que no concibe como se puede asegurar la libertad, ni arraigar un buen sistema político sin andar desenterrando los muertos otra vez, se fue en busca de las desgraciadas cenizas, y tomando las que mejor le parecieron, con cuatro zancarrones y una docena de costillas, y media calavera, se hizo un Arco-Agüero nuevecito, que no había mas que ver; y vuelta á hacer exequias, y torna á construir mausoleos, y retorna á abrir el proceso sobreseído en forma; porque quien abre una sepultura bien puede abrir cien procesos. Echaron mano á los tenidos por autores del primer desenterramiento, y los enterraron en otros tantos calabozos de donde quizá saldrán como el protagonista, en esqueleto, y este ridículo procedimiento no lleva trazas de tener fin”.
 
De todo lo acontecido con los restos de Arco Agüero, El Jorobado, de forma satírica, sacó las siguientes consecuencias:
 
Primera. En Badajoz no se puede seguir una opinión política sin desenterrar los muertos que á ella pertenecieron, y quemar los ataúdes de los contrarios.
 
Segunda. En Badajoz de tiempo en tiempo se abren y se cierran las velaciones, las causas y las sepulturas.
 
Tercera. En Badajoz se entierra á los muertos por temporada, hasta que amigos ó enemigos vienen a sacarlos al aire para que no se apolillen.
 
Cuarta. En Badajoz es más fácil salir de la sepultura que de los calabozos, y suele uno estar mas tiempo preso que enterrado.
 
Quinta. En Badajoz no se puede vivir por no andar entre gentes que así entienden las opiniones políticas, y por no caer en manos de escribanos y jueces que hacen durar tanto las causas.
 
Sexta. En Badajoz no se puede uno morir, porque no le dejarán parar ni aun en la sepultura.
 
Séptima. Por último el que quiera vivir que no vaya á Badajoz, el que quiera morirse que no vaya á Badajoz”.
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